Encuentro del Grupo de Oración. Agosto 2022.
Hoy hemos vuelto a celebrar la oración que cada último miércoles de mes nos reúne al lado del Señor. Termina Agosto, hemos pasado las hojas del almanaque contando los días de este caluroso verano y por ello, nuestra reflexión ha tratado sobre el valor del tiempo. Hemos dedicado la oración a todos aquellos que no tienen conciencia del tiempo a causa de la vejez, de enfermedades mentales o simplemente se hayan en un momento difícil de incertidumbre.
REFLEXIÓN: El valor del tiempo
Una vez alguien, a modo de anécdota me contó esta
breve historia:
–
Maestro Kin ¿Por qué no mejoro en mi Kung-Fu?
-¿Has
visto un atardecer desde las montañas?
-Sí,
maestro.
-¿Has
visto el agua golpear las rocas?
-Sí,
maestro.
-¿Has
visto la luna reflejada en el lago?
-Sí,
maestro.
-¿Lo ves? Te pasas el día haciendo otras cosas en vez de practicar…
Tampoco quiero que se piense mal. Yo no estoy en
contra de que dediquemos tiempo a la contemplación, tanto de la naturaleza como
de uno mismo en forma de meditación y prácticas introspectivas. Es más. Yo
disfruto mucho haciéndolo, pero el tema de la reflexión de hoy tiene otra
perspectiva, que viene a ser: ¿Qué valor le doy a mi propio tiempo?
Aunque parezca una obviedad, el tiempo no se puede
almacenar. Simplemente transcurre. Se dice que cuando nacemos somos ricos en
tiempo, puesto que tenemos toda la vida por delante, pero nadie puede
cuantificar esa riqueza, ya que nadie puede saber cuánto va a durar la vida de
una persona.
Pero esa riqueza es una certeza, ya que ese tiempo se
puede dedicar a tantas cosas como la libertad humana nos permita. Teniendo en
cuenta que esa misma libertad nos marca el camino, puesto que con cada decisión
que tomamos abrimos nuevos caminos y abandonamos otros.
Como el discípulo del cuento, que opta por la
contemplación y la admiración de la naturaleza, así que su Kung-Fu se ve
afectado. Seguramente valora más la meditación sin darse cuenta de dos cosas.
Por un lado, que la práctica de una habilidad la mejora. Y por otra, y muy
importante, que no son dos actividades incompatibles. Se puede dedicar tiempo a
contemplar un atardecer y también dedicárselo a la práctica para mejorar en la
habilidad del Kung-Fu. Simplemente hay que ser consciente del reparto del
tiempo y de la importancia que le demos a cada actividad.
Esto nos lleva a una consecuencia: dedicamos más
tiempo a lo que más nos motiva. Esta motivación puede ser afectiva, económica,
de prestigio, por sentido del deber, etc. Curiosamente, en muchas ocasiones
utilizamos este tiempo como moneda de cambio.
En el campo afectivo, entregamos parte de nuestro
tiempo gratuitamente a las personas que apreciamos, pero ellas, a cambio,
también nos entregan parte del suyo en esa convivencia. Por ejemplo, ahora
podemos dedicar mucho tiempo en el cuidado de nuestros hijos y lo hacemos
generosamente, pero también esperamos que cuando seamos mayores, estos hijos no
nos abandonen y, aunque solo sea una vez a la semana, vengan a visitarnos a la
residencia de ancianos. En realidad, es un intercambio de tiempo que se realiza
de forma generosa y sin cuantificar.
En el campo laboral lo que acabamos haciendo es
cambiar nuestro tiempo por una remuneración económica. En definitiva. Vendemos
las ocho horas diarias de la jornada laboral a una persona, que puede ser
nuestro jefe o nuestro cliente. En esta consideración hay que tener en cuenta
ciertos matices. No solo vendemos nuestro tiempo, también vendemos nuestras
habilidades para realizar el trabajo correctamente.
Unas habilidades a la que, posiblemente, hemos
dedicado bastante tiempo y esfuerzo en formación y en práctica para
adquirirlas, mejorarlas y mantenerlas. Con lo cual vendemos nuestro tiempo
presente y también el tiempo pasado empleado en nuestra educación y formación.
A veces este tiempo es muy amplio. Pensemos, por
ejemplo, en un médico, que además de una carrera universitaria ha tenido que
realizar una especialización que dura varios años y que ha de continuar
formándose y actualizándose.
Por eso, yo me pregunto ¿Cuánto vale mi tiempo? Y
también os pregunto ¿Cuánto vale vuestro tiempo? Y no solo a nivel económico.
Creo que este es un aspecto importante cuando hablamos de relaciones laborales,
puesto que gracias a la economía podemos vivir. Pero en las actividades que
hacemos hay mucho de motivación y de emoción. Y eso no se paga con dinero. El
beneficio es de otro tipo: reconocimiento personal, satisfacción interna,
sentido de hacer algo bien hecho, etc.
El tiempo, en definitiva, es algo que tenemos y que
“perdemos a lo largo de la vida”. Que esta pérdida de tiempo se sienta como algo
provechoso solo depende de nosotros y de la capacidad de valorar el día a día,
de encontrar razones para vivir con intensidad cada momento y de sentir que la
vida tiene muchas experiencias distintas.
Todas las experiencias son válidas. Solo hay que dar el
valor oportuno a cada una de ellas.
Volviendo al cuentecillo del inicio. Tan importante es
ver un atardecer como practicar el Kung-Fu si queremos mejorarlo.
Pensemos que quizá a aquello a lo que nos es más fácil
dedicar nuestro tiempo es aquello que más nos motiva porque de hecho es para lo
que dedicamos lo más valioso que tenemos: Nuestro tiempo.
Reflexión
-
¿A qué dedicamos nuestro tiempo?
- ¿Lo aprovechamos?
-
¿Repartimos bien nuestro tiempo?
-
¿Qué valor le doy a mi tiempo?
-
¿Nos motiva la palabra de Dios para dedicarle nuestro
tiempo?
- ¿Queremos mejorar nuestra opción de Dios o andamos en otras cosas?
ORACIÓN FINAL:
Tengo ante mí unos minutos, unas horas, unos días. ¿Qué voy a hacer? La decisión está en mis manos. Si no hay urgencias inmediatas, si la enfermedad no corta las alas de mi vida, soy plenamente libre para escoger.
No quiero, sin embargo, decidir a solas. Sé que hay un Dios que es Padre y me ama. Sé que Cristo me ha enseñado el camino de la vida. Sé que el Espíritu Santo habita en mi alma y me invita a optar por lo mejor.
Por eso, Señor, te pido luz para usar bien el tiempo que ahora me concedes. Ayúdame a renunciar a un uso egoísta del mismo. Ayúdame a dejar de lado caprichos, placeres malsanos, deseos de venganza, obsesiones que encadenan.
Permíteme la gracia de arrepentirme de mis pecados y de llegar a una conversión profunda, sincera, completa, decidida, desde la certeza de tu misericordia eterna.
Concédeme ver con claridad qué deseas de mí ahora, cómo puedo ayudar mejor a mis hermanos.
Fortalece mi voluntad para que la pereza no me detenga, para que el miedo no me paralice, para que esté dispuesto a arriesgar mi fama si se trata de defender la justicia, de ayudar al pobre, de proteger a la viuda, de corregir al que yerra, de consolar al triste, de transmitir tu Evangelio.
Ayúdame a tomar buenas decisiones. La vida pasa, y no puedo desgastarme en lo inútil y en lo dañino. Sólo tiene sentido escoger lo que me lleva a amarte a Ti y a servir a mis hermanos.
Señor, tengo ante mí este tiempo que me concedes. Haz que se convierta en un momento bello para acercarme más a Ti, para conocer mejor mi fe, para dejarme impulsar por la esperanza, para avanzar por el camino maravilloso del amor, del servicio, de la entrega hasta “dar la vida por los hermanos” (1Jn 3,16).