HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO
Celebramos la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo,
patronos principales de la Iglesia de Roma: una fiesta que adquiere un
tono de mayor alegría por la presencia de obispos de todo el mundo. Es
una gran riqueza que, en cierto modo, nos permite revivir el
acontecimiento de Pentecostés: hoy, como entonces, la fe de la Iglesia
habla en todas las lenguas y quiere unir a los pueblos en una sola
familia.
Saludo cordialmente y con gratitud a la delegación del Patriarcado de
Constantinopla, guiada por el Metropolita Ioannis. Agradezco al
Patriarca ecuménico Bartolomé I por este Nuevo gesto de fraternidad.
Saludo a los señores embajadores y a las autoridades civiles. Un gracias
especial al Thomanerchor, el coro de la Thomaskirche, de Lipsia, la
iglesia de Bach, que anima la liturgia y que constituye una ulterior
presencia ecuménica.
Tres ideas sobre el ministerio petrino, guiadas por el verbo «confirmar». ¿Qué está llamado a confirmar el Obispo de Roma?
1. Ante todo, confirmar en la fe. El Evangelio habla de la
confesión de Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo» (Mt,
16,16), una confesión que no viene de él, sino del Padre celestial. Y, a
raíz de esta confesión, Jesús le dice: «Tú eres Pedro, y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia» (v. 18). El papel, el servicio eclesial de
Pedro tiene su en la confesión de fe en Jesús, el Hijo de Dios vivo, en
virtud de una gracia donada de lo alto. En la segunda parte del
Evangelio de hoy vemos el peligro de pensar de manera mundana. Cuando
Jesús habla de su muerte y resurrección, del camino de Dios, que no se
corresponde con el camino humano del poder, afloran en Pedro la carne y
la sangre: «Se puso a increparlo: “¡Lejos de ti tal cosa, Señor!”»
(16,22). Y Jesús tiene palabras duras con él: «Aléjate de mí, Satanás.
Eres para mí piedra de tropiezo» (v. 23). Cuando dejamos que prevalezcan
nuestras Ideas, nuestros sentimientos, la lógica del poder humano, y no
nos dejamos instruir y guiar por la fe, por Dios, nos convertimos en
piedras de tropiezo. La fe en Cristo es la luz de nuestra vida de
cristianos y de ministros de la Iglesia.
2. Confirmar en el amor. En la Segunda Lectura hemos escuchado
las palabras conmovedoras de san Pablo: «He luchado el noble combate,
he acabado la carrera, he conservado la fe» (2 Tm 4,7). ¿De qué combate
se trata? No el de las armas humanas, que por desgracia todavía
ensangrientan el mundo; sino el combate del martirio. San Pablo sólo
tiene un arma: el mensaje de Cristo y la entrega de toda su vida por
Cristo y por los demás. Y es precisamente su exponerse en primera
persona, su dejarse consumar por el evangelio, el hacerse todo para
todos, sin reservas, lo que lo ha hecho creíble y ha edificado la
Iglesia. El Obispo de Roma está llamado a vivir y a confirmar en este
amor a Jesús y a todos sin distinción, límites o barreras.
3. Confirmar en la unidad. Aquí me refiero al gesto que hemos
realizado. El palio es símbolo de comunión con el Sucesor de Pedro,
«principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de la fe y de
la comunión» (Lumen gentium, 18). Y vuestra presencia hoy, queridos
hermanos, es el signo de que la comunión de la Iglesia no significa
uniformidad. El Vaticano II, refiriéndose a la estructura jerárquica de
la Iglesia, afirma que el Señor «con estos apóstoles formó una especie
de Colegio o grupo estable, y eligiendo de entre ellos a Pedro lo puso
al frente de él» (ibíd. 19). Y prosigue: «Este Colegio, en cuanto
compuesto de muchos, expresa la diversidad y la unidad del Pueblo de
Dios» (ibíd. 22). La variedad en la Iglesia, que es una gran riqueza, se
funde siempre en la armonía de la unidad, como un gran mosaico en el
que las teselas se juntan para formar el único gran diseño de Dios. Y
esto debe impulsar a superar siempre cualquier conflicto que hiere el
cuerpo de la Iglesia. Unidos en las diferencias: éste es el camino de
Jesús. El palio, siendo signo de la comunión con el Obispo de Roma, con
la Iglesia universal, supone también para cada uno de vosotros el
compromiso de ser instrumentos de comunión.
Confesar al Señor dejándose instruir por Dios; consumarse por amor de
Cristo y de su evangelio; ser servidores de la unidad. Queridos
hermanos en el episcopado, estas son las consignas que los santos
apóstoles Pedro y Pablo confían a cada uno de nosotros, para que sean
vividas por todo cristiano. Que la santa Madre de Dios nos guíe y
acompañe siempre con su intercesión: Reina de los apóstoles, reza por
nosotros. Amén.
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