31 octubre 2013

FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS


Celebramos la gran fiesta la Solemnidad de Todos los Santos. A nuestra mente vienen todos esos hombres y mujeres, que en distintas épocas y lugares, que vivieron y murieron fieles al Evangelio de Jesús, y ahora ya están disfrutando de la gloria de Dios.

A lo largo de todo el año vamos celebrando a algunos de estos santos y santas. Pero en este día no sólo recordamos y hacemos memoria de aquellos cuyas imágenes están presentes en nuestras iglesias y capillas, o de todos aquellos que aparecen en cada una de las hojas del calendario. Hoy recordamos a todos los santos y santas, a todos aquellos que son santos para Dios.

Son hombres y mujeres que existieron en épocas y lugares diversos. Pero un elemento es común a todos ellos: su fe viva en Cristo, el Señor. Escucharon la llamada universal que Dios nos hace a ser santos, a configurar nuestra vida con la vida de Cristo. Querer ser como Él, amar como Él, entregarse generosamente como Él, ser fieles a Dios Padre como Él lo fue.

El testimonio de los santos nos recuerda que cada época, o que cualquier lugar constituye una oportunidad que Dios nos concede para hacer de Cristo el centro de nuestra vida, el proyecto a seguir. Los santos nos muestran que el Evangelio carece de fecha de caducidad. No es algo que pertenece al pasado, no es algo muerto, sino algo plenamente actual, vivo, creativo e ilusionante.

Al celebrar en este día a Todos los Santos, expresamos de forma celebrativa lo que rezamos en el credo: la comunión de los santos. Estamos unidos a ellos de forma estrecha y vital. Estamos embarcados en la misma tarea, en el mismo viaje. Nosotros todavía caminamos, ellos han llegado a la meta. Ellos gozan totalmente ya de Dios.

Acudimos a los santos, pedimos la ayuda de su intercesión, para que también nosotros vivamos en cristiano cada situación. La existencia de los santos, su testimonio de fe, esperanza y caridad, siempre apuntan al mismo lugar: Jesucristo. El evangelio de las Bienaventuranzas encierra el programa de vida del discípulo y testigo de Jesús. Los santos han encarnado este programa evangélico en las diversas épocas en las que vivieron. Captaron la oportunidad de Dios, e hicieron de sus propias vidas un signo palpable y creíble de Dios y de su Reino.

Las Bienaventuranzas nos invitan a seguir a Jesús incluso en las circunstancias más difíciles, yendo contracorriente, desoyendo la lógica de una sociedad en la que la persona, el pobre, el que sufre no son tenidos en cuenta.

Somos dichosos porque creemos. Y esta Bienaventuranza de la fe en Jesús hace posible las bienaventuranzas que hoy se han proclamado. Si la fe en Cristo no es el centro de nuestras decisiones y proyectos las Bienaventuranzas sólo serán para nosotros un texto conocido que suena bien, pero nada más. La grandeza de este programa de vida radica en Cristo mismo. Él es el primero que encarna y vive cada una de las bienaventuranzas, para después ponerlas ante nuestros ojos como camino a seguir.

En esta gran fiesta de todos los Santos el apóstol San Juan nos recuerda cual es la raíz, el programa y la meta de la vida cristiana. Es una manera complementaria del texto del Evangelio, que hemos escuchado, para hablarnos de la común vocación a la santidad, a la fidelidad a Dios y a la humanidad. El apóstol nos ayuda a recordar que somos hijos de Dios, que Él nos ama. Aquí está el origen de nuestra vocación cristiana a la santidad.

Este amor recibido de Dios nos lleva a creer en este amor, y a responder al amor primero y original de Dios con nuestro amor de criaturas suyas hacia Él y hacia el prójimo. El amor se convierte en programa de vida (concretado en las bienaventuranzas) y en la meta: “Ver a Dios tal cual es”, “ser semejantes a Él”.

Pedimos a Dios Padre, que esta celebración de la Eucaristía, nos ayude a aprovechar la oportunidad que Él nos concede de vivir fielmente desde la fe en Jesucristo este momento actual. Que todos los santos y santas, intercedan por nosotros, para que nuestra existencia sea signo y anticipo de la bienaventuranza del Reino eterno.

JESÚS GRACIA LOSILLA

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