“Alégrate mucho, hija
de Sión; da voces de júbilo, hija de Jerusalén, he aquí tu REY viene a tí,
justo y salvador”. Zacarías 9:9
El humilde Hijo del carpintero de
Nazareth, Cristo nuestro amado Salvador, en este memorable día de la solemne
toma de posesión de su ciudad real Jerusalén, bajo el manto de su gloriosa
mansedumbre y rodeado por sus mansos discípulos, recibe la delirante ovación de
un pueblo que reconoce por solo cinco días el señorío de su reinado, cuando
clamaron: “No tenemos más rey que al César”. Entra a la ciudad davídica no como
un conquistador al fulgor de la espada sino como el redentor a la sombra de la
cruz. No luce un soberbio caballo sino, como Zacarías le vió: “Vendrá humilde y
cabalgando sobre un asno”. Pero David canta la gloria de este Rey: “Alzad oh
puertas, vuestros capiteles y entrará el Rey de Gloria: ¡Cristo! Y el creyente
dice: ¡Entra en mi corazón, Oh Cristo, pues en él hay un trono para ti:
Lluvia de lirios y
aromadas rosas
embalsaman el rústico
camino;
pisando ricos mantos,
va el pollino
del pueblo entre las
voces victoriosas.
Delirantes las turbas
anhelosas
rodean al mansísimo
Rabino:
¡Hay en torno un
ambiente tan divino
que divinas se ven
todas las cosas!
Alegría respiran las
terrazas,
alabanzas las calles
y las plazas
y en Sión hay fiebre
de fervor y canto:
¡Que se abran ya las
puertas matinales!
Resuenen los
Salterios y arpas reales,
y ¡Paso! al Rey
triunfal, Mesías Santo!
Rafael Moreno Guillen
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