El sentido de Pentecostés se
contiene en la frase de los Hechos de los Apóstoles: «Quedaron todos llenos del
Espíritu Santo». ¿Qué quiere decir que «quedaron llenos del Espíritu Santo» y
qué experimentaron en aquel momento los apóstoles?
Tuvieron una experiencia arrolladora del amor
de Dios, se sintieron inundados de amor, como por un océano. Lo asegura San
Pablo cuando dice que «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5, 5). Todos los que han tenido
una experiencia fuerte del Espíritu Santo están de acuerdo en confirmar esto.
El primer efecto que el Espíritu Santo produce cuando llega a una persona es
hacer que se sienta amada por Dios por un amor tiernísimo, infinito.
El fenómeno de las lenguas
es la señal de que algo nuevo ha ocurrido en el mundo. Lo sorprendente es que
este hablar en «lenguas nuevas y diversas», en vez de generar confusión, crea
al contrario un admirable entendimiento y unidad. Con ello la Escritura ha
querido mostrar el contraste entre Babel y Pentecostés. En Babel todos hablan
la misma lengua y en cierto momento nadie entiende ya al otro, nace la
confusión de las lenguas; en Pentecostés cada uno habla una lengua distinta y
todos se entienden.
¿Cómo es esto? Para descubrirlo
basta con observar de qué hablan los constructores de Babel y de qué hablan los
apóstoles en Pentecostés. Los primeros se dicen entre sí: «Vamos a edificarnos
una ciudad y una torre con la cúspide en el cielo, y hagámonos famosos, para no
desperdigarnos por toda la faz de la tierra» (Gn 11, 4). Estos hombres están
animados por una voluntad de poder, quieren «hacerse famosos», buscan su
gloria. En Pentecostés los apóstoles proclaman en cambio «las grandes obras de
Dios». No piensan en hacerse un nombre, sino en hacérselo a Dios; no buscan su
afirmación personal, sino la de Dios. Por ello todos les comprenden. Dios ha
vuelto a estar en el centro; la voluntad de poder se ha sustituido con la
voluntad de servicio, la ley del egoísmo con la del amor.
En ello se contiene un mensaje de
vital importancia para el mundo de hoy. Vivimos en la era de las comunicaciones
de masa. Los llamados «medios de comunicación» son los grandes protagonistas
del momento. Todo esto marca un progreso grandioso, pero implica también un
riesgo. ¿De qué comunicación se trata de hecho? Una comunicación exclusivamente
horizontal, superficial, frecuentemente manipulada y vanal, o sea, usada para
hacer dinero. Lo opuesto, en resumen, a una información creativa, de manantial,
que introduce en el ciclo contenidos cualitativamente nuevos y ayuda a cavar en
profundidad en nosotros mismos y en los acontecimientos. La comunicación se
convierte en un intercambio de pobreza, de ansias, de inseguridades y de gritos
de ayuda desatendidos. Es hablar entre sordos. Cuanto más crece la
comunicación, más se experimenta la incomunicación.
Redescubrir el sentido del
Pentecostés cristiano es lo único que puede salvar nuestra sociedad moderna de
precipitarse cada vez más en un Babel de lenguas. En efecto, el Espíritu Santo
introduce en la comunicación humana la forma y la ley de la comunicación
divina, que es la piedad y el amor. ¿Por qué Dios se comunica con los hombres,
se entretiene y habla con ellos, a lo largo de toda la historia de la
salvación? Sólo por amor, porque el bien es por su naturaleza «comunicativo».
En la medida en que es acogido, el Espíritu Santo sana las aguas contaminadas
de la comunicación humana, hace de ella un instrumento de enriquecimiento, de
posibilidad de compartir y de solidaridad.
Cada iniciativa nuestra civil o
religiosa, privada o pública, se encuentra ante una elección: puede ser Babel o
Pentecostés: es Babel si está dictada por egoísmo y voluntad de atropello; es
Pentecostés si está dictada por amor y respeto de la libertad de los demás.
P. Raniero Cantalamessa, Ofmcap
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