En el encuentro de Oración del mes Agosto, que se celebró ayer, pudimos reflexionar sobre la lectura del día, tan actual, en tiempos de Cristo y de hoy:
"Sepulcros blanqueados", así llama Jesús a los escribas y
fariseos, y a todos los que en definitiva se niegan a dejarse interrogar por la
Palabra. Pues son como sepulcros: cerrados, perfectamente sellados y "en
su sitio", muy seguros de sí y hasta pueden suscitar admiración con su
aspecto imponente. De este modo no sale afuera la podredumbre de sus vidas,
pero al precio de no dejar entrar tampoco la vida con ellos, para
transformarlos, para cambiarlos. Son sepulcros y nada más. No es la fachada lo
que importa, no; ¿De qué sirve ésta, si la casa está hundida por dentro? Dios
quiere llegar hasta el fondo de la persona, a lo auténtico, hasta el corazón.
Por eso, para que la Palabra que nace limpia del corazón de Dios, llegue limpia
hasta nosotros, hace falta que la dejemos entrar hasta el fondo, dejarla que
cure nuestro corazón. Debemos dejar de aislarnos en nuestros sepulcros para
poder reconocer a los mensajeros de la Palabra. Y luego, una vez que nos haya
sanado por dentro, esa salvación de Dios nos irá brotando hacia fuera, irá
asomándose a nuestros ojos, expresándose en nuestros labios, haciéndose vida en
nuestras obras. Serenamente. Sin prisas y sin mentiras. Como sana siempre una
herida: de dentro hacia fuera.
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