Encuentro de Oración. Febrero 2021
En este miércoles de Cuaresma, hemos escogido este bello texto de los Dominicos que reflexiona en torno al Evangelio del encuentro de Jesús con la mujer adultera. Nos habla de la oportunidad de cambio que brota desde la propia persona y desde la misericordia del prójimo:
Buscamos novedades. Lo hacemos en la prensa de cada día, en esa noticia de
siempre que cada mañana vuelve a sorprendernos. Buscamos en los catálogos de
las firmas comerciales, en la música que escuchamos o en las tiendas que
frecuentamos. Si no hay novedades las redes sociales no funcionan, ni tienen
futuro los vendedores de última tecnología. Lo que compramos ayer es hoy viejo,
y convierte en antiguos a quienes lo usan. ¡Y nada es peor que vivir atrasado!
Pensamos que lo nuevo nos viene de fuera: lo deseamos, lo valoramos, lo compramos y lo pagamos con lo que aún no tenemos. Y parece que es la novedad la que nos tiene a nosotros, la que nos cambia, motiva y genera circunstancias distintas a lo que vivimos. Tristemente, día tras día, todo vuelve a ser igual y se nos pone en marcha la misma dinámica de decepción. Quizás porque no somos del todo capaces de comprender que la mayor novedad está en nosotros mismos, y tenemos la capacidad de hacer de cada instante una oportunidad única y de dirigir a las personas que nos rodean una mirada de esas que crean y renuevan.
Lo nuevo, lo realmente alternativo es la misericordia. El juicio y la condena nos tienen dando vueltas siempre al mismo círculo de inquietud y amargura, con los mismos tonos grises de siempre y escasas perspectivas de futuro. Pero mirarnos a nosotros mismos desde la clave del perdón, imaginando nuevas y distintas posibilidades y luchando por ellas, eso nos abre a una manera más digna de crecer y recrearnos. Igualmente, mirar la realidad que nos rodea poniendo corazón donde otros ven miseria permite que el mundo avance, que las personas tengan futuro, que todo pueda ser diferente. Lo realmente profético, en esta época y siempre, es la misericordia y la bondad: ellas tienen la clave para embellecer esta tierra.
Lo que hace nuevas a las personas, lo que las rejuvenece, son los encuentros que mantienen con otros. No se compran ni se pagan pero siempre sorprenden y humanizan. La soledad egoísta amarga y envejece. La imagen de quien, teniéndolo todo, no es capaz de abrirse a nadie y repasa el territorio de lo seguro, representa a muchos de nuestra época. La mujer del evangelio, sin más nombre que el pecado que ha cometido, es rescatada desde dentro, mientras comparte el silencio con un desconocido que no la juzga, sino que la entiende y le ayuda a entenderse a sí misma. El encuentro acerca una mirada de ternura, empuja a salir del círculo en el que uno se encierra y que solo puede ser abierto por otros.
Lo nuevo, por contradictorio que parezca, arranca del pasado y encuentra ahí la prueba de su autenticidad, como si lo bueno ya estuviese escrito en nuestra historia. Así lo siente Israel. El profeta de cualquier época anuncia que las grandes experiencias de vida están siempre volviendo y haciéndose mejores, más reales. Sin un pasado consistente, sin algo bueno ya vivido, solo pueden construirse fantasías, utopías sin fuerza. La mujer, tras la conversación con Jesús, recobra la certeza de su propia grandeza y estrena un camino mejor en su vida, que ya había vivido y que estaba escondido en su interior.
Empezar de nuevo implica, además, tomar decisiones. Romper los círculos de
los que tanto nos cuesta salir, por más que lo intentamos, requiere estar muy
convencido de todo lo bueno que nos espera fuera. Ponderar que vale más lo que
aún está por llegar que la rutina en la que giro inútilmente. La protagonista
del evangelio no recibe de Jesús perdón ni tampoco curación de sus tendencias
equivocadas. Recibe valor para estrenar la vida plena que ella merece y que ha
ido posponiendo. Esa felicidad, profundamente nueva, que no se compra ni se
hipoteca, porque está escondido en lo más sagrado de la condición humana.
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