Encuentro del Grupo de Oración. Noviembre 2023.
Hoy hemos vuelto a celebrar la oración que nos reúne al lado del Señor. Estamos cerrando noviembre, un mes en el que hemos festejado la Santidad de cuantos han sido y son ejemplo para los cristianos y rememorado a todos aquellos que ya están en presencia del Padre.
Por ello, hemos reflexionado sobre la vida y la muerte con un bello texto de Monserrat Simón.
Ofrecemos esta oración por todas aquellas personas que necesitan tener otra perspectiva de la vida para disfrutar del inmenso regalo que nos ofrece. Por aquellos que mueren poco a poco, día a día, sumidos en la tristeza o la desesperación sin tener conciencia que la vida pasa, y por aquellos que han muerto en la esperanza de la Resurrección.
LECTURA:
Lectura del Santo Evangelio según San Juan 11, 25-26
Entonces Jesús le dijo: —Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. Palabra de Dios.
MÚSICA:
Déjame nacer de nuevo.
https://www.youtube.com/watch?v=6QqOu2pKub8
REFLEXIÓN: Reflexiones sobre la muerte y la vida.
Pascal decía que “Quien enseña al hombre a morir, le enseña a vivir”.
Quisiera en las líneas que siguen proponer una reflexión acerca de la muerte y del modo en que la consciencia de que vamos a morir afecta a nuestra forma de vivir.
La muerte consiste en “la cesación o término de la vida”. El sustantivo muerte procede del verbo morir, y es que la muerte se define por una acción, una acción que parece que nos sobreviene, y por norma general de modo involuntario e incluso contra voluntad, pero de la cual también cabe plantearse qué parte de dicha acción depende de mí.
La muerte, al igual que el amor, recibe su sentido en tanto que es un hecho, pero en este caso el propio hecho anula la posibilidad de conocerlo. Podemos conocer el proceso de morir, pero no la muerte como final, ya que una vez muertos o no conocemos nada, o bien lo que se conoce no es comunicado a los vivos en su lenguaje y forma de conocimiento.
Al hablar de la muerte como final, me doy cuenta de que es necesario distinguir esa “última” muerte de las pequeñas muertes que vivimos en la vida: muere el niño para que nazca el adulto, muere una forma de pensar con la que nos identificábamos para dar lugar a una nueva visión, muere en nosotros un sentir y nace otro en su lugar.
Tanto en lo físico como en lo emocional, lo psicológico y lo espiritual, la vida se expresa a través de un flujo constante en el que muerte y vida se dan la mano y existen simultáneamente, lo que a veces hace que nos pase desapercibida la muerte. Es decir, al coexistir la desaparición de un estado y la aparición de otro ni siquiera lo percibimos como muerte. Esto resulta muy evidente en la naturaleza: la semilla que muere da lugar al árbol, el huevo que se rompe da lugar al polluelo, o el capullo de seda da lugar a la mariposa… Ante la observación del flujo constante y de cómo la vida y la muerte coexisten en cada momento.
Volviendo a las “pequeñas” muertes que vivimos a lo largo de la vida, quisiera destacar que no sólo experimentamos la muerte de otros, o de algo externo, sino que, ante esas pérdidas, cuando hay un afecto de por medio, se produce un desgarro en nosotros que implica una muerte.
El duelo es un morir, morir a lo que conocía, a lo que me habría gustado, morir a lo que era para dar lugar a algo nuevo, que de inmediato se muestra incierto, indefinido, vacío…
Sin embargo, ese vacío puede ser fértil y al igual que del silencio profundo emergen palabras sinceras, del fondo del vacío surgen formas creativas, surge más vida. Y esas formas, por definición, en tanto que son expresión de vida, están en constante cambio, no son fijas sino móviles, no son eternas sino perecederas y ¡qué gran noticia! porque de lo contrario no habría expresión de vida. Todo sería exactamente igual en todo momento y la vida por definición implica energía, implica cambio.
Tal vez, uno de los errores que hemos cometido es el de considerar la vida y la muerte como opuestos, pasando por alto que sin muerte no hay vida. Morir forma parte de la acción del vivir, y al igual que la forma en que miremos la vida hará que la vivamos de determinada manera, la forma en que miremos la muerte hará también que la muramos de un modo u otro, porque morir, como final, es la última acción de una determinada expresión de la Vida. Y cuando digo que la acción de morir depende de nosotros en cierto grado, no me refiero a las formas, ni a las circunstancias sino a la actitud interna, a la mirada que conforma nuestra verdadera libertad.
La cuestión acerca de la mirada resulta fundamental, ya que cabe la posibilidad de que las pequeñas muertes que vivimos a lo largo de la vida sean una fuente de aprendizaje, una muestra a pequeña escala de la muerte “final”.
De nuevo, mi forma de niño tiene que morir para dar lugar a la forma adulta y la forma adulta tiene que morir para dar lugar a la vejez… ¿Y qué es lo que une esa continuidad? El sentido de yo ¿Y quién es ese yo?: ¿el niño?, ¿el adulto?, ¿el viejo? Al investigar me doy cuenta de que hay algo que es testigo de ese hilo conductor, algo que es autoconsciente más allá de las formas cambiantes en las que se expresa. Ese algo no muere cuando muero yo. La continuidad le pertenece al yo, pero la eternidad que la sostiene es impersonal.
Cuando me planteo en qué consiste la muerte y cómo la percibo, resulta ineludible mirar hacia la vida. Y la vida, no es algo fijo, sino que es-en-constante-movimiento, es un devenir, que se expresa en una infinidad de formas. Y en concreto, la vida es para nosotros lo que nos contamos de ella. Según lo que nos decimos la vemos de esta o aquella forma filtrando el mundo a través de nuestros pensamientos y creencias.
¿Cómo sería si comprendiésemos que la muerte forma parte de la vida y que es el movimiento a través del cual se expresa dicha vida?, ¿Cómo sería si dejásemos de atribuir a la muerte un sentido de oposición a la vida, concibiendo lo primero como algo negativo y lo segundo como un principio positivo?, ¿y si dejásemos de valorar la vida por la cantidad de años vividos y la comenzásemos a valorar según la autenticidad (en eso consistiría la calidad) con la que se ha vivido?
Que la muerte pueda irrumpir en cualquier momento es en realidad prueba de que estamos vivos y además puede ser una inspiración para que esta expresión de vida sea vivida de la mejor manera con respecto a todo aquello que está en nuestra mano. ¿A caso no se convierte la muerte en una llamada al Amor?
Saber que en cualquier momento puede presentarse el “final” me llama a tratar de vivir de la mejor manera posible en cada momento, lo cual implica vivir con la mayor veracidad posible, descubrir la Vida que alienta el universo entero y vivir abrazando todas las formas en las que se expresa esta Vida… Sólo cuando dejamos de proyectar lo que somos en un futuro, cuando dejamos de pensar que hay algo incompleto que tenemos que completar en el tiempo, sólo entonces podemos aceptar que la muerte se presente aquí y ahora, porque donde hay plenitud no hay tiempo, no hay nada que lograr, nada a lo que llegar.
PREGUNTAS REFLEXIÓN:
- ¿De qué manera percibes la muerte y de qué manera influye en tu vida? ¿La vemos como algo opuesto a la vida, oscuro y poco constructivo?
- ¿Somos conscientes de las pequeñas muertes que vivenciamos a lo largo de la vida?
- ¿Valoramos la vida en calidad o por los años vividos?
- ¿A caso no se convierte la muerte en una llamada al Amor durante la vida? ¿No coincide esto con lo que Dios nos pide a los cristianos?
- ¿No es esta la promesa de Vida eterna que Jesús nos hace en el Evangelio?
MÚSICA:
La Muerte no es el Final. Coro Cantaré.
https://www.youtube.com/watch?v=NBAXYoCCI4g
ORACIÓN FINAL: Salmo. El Señor es mi Pastor.
El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término.
PADRENUESTRO, AVEMARÍA Y GLORIA
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