¡Paz y Bien!
Hoy celebramos la familia franciscana justamente los 800 años del don que San Francisco recibió de la impresión de las llagas. Desde su conversión, el Seráfico Padre veneró con grandísima devoción a Cristo crucificado. Hasta su muerte no cesó, con su vida y su palabra, de predicar al Crucificado. En 1224, dos años antes de su muerte, mientras estaba sumido en contemplación divina en el monte Alvernia, el Señor Jesús imprimió en su cuerpo los estigmas de su pasión. Era tal su identificación con Cristo que deseaba sentir en su propia carne el mismo dolor que sufrió Cristo en la cruz y el Señor se lo concedió. ¿Llegaremos nosotros tan lejos en el seguimiento de Cristo pobre y crucificado?
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