En el Encuentro de la Oración de esta noche hemos reflexionado sobre la "Rutina religiosa" y la profundidad de nuestra Fe.
Basándonos en el Evangelio en el que diez leprosos gritan y piden a Jesús compasión. Este los manda presentarse a los sacerdotes y en el camino quedan purificados. Solo uno de ellos, el extranjero, al comprobar que estaba curado,
volvió a dar las gracias a Jesús. Los otros nueve no, y Jesús pregunta ¿dónde están? ¿Ninguno
volvió a dar gracias a Dios?. Y agregó: Levántate y vete,
tu fe te ha salvado".
"Lo que nos llama la atención en el relato
-y que el mismo Jesús señala- es lo contradictorio de la conclusión: los que
más cerca están de Dios, de la Biblia y de las sagradas tradiciones son los más
ciegos a la hora de ver lo nuevo del mensaje de Dios y los más reacios a llegar
a un verdadero cambio de vida.
Su fe fácil se ha transformado en un auténtico "acostumbramiento" o rutina religiosa bajo la cual muere el espíritu, muere la
búsqueda y cesa todo crecimiento. La cercanía constante de lo sagrado termina por hacerlos sentirse dueños de lo
sagrado, manoseando y prostituyendo lo religioso, de tal forma que termina por
perder todo sentido o sabor.
Detrás de las formas y fachadas religiosas se va
produciendo aquel vacío que esteriliza la vida y que transforma a las
comunidades en sombras del pasado o restos puramente folclóricos.
Al cabo del tiempo todo pierde sabor y sentido:
los sacramentos -sobre los cuales se estudian hasta los más ínfimos detalles-
se reciben como aquellos leprosos recibieron la curación: como un puro trámite
social, como un simple lavado externo. Pero internamente nada ha cambiado. No
hay en ellos esa fe que salva, esa fe difícil que es rendirse ante Dios para
seguir su camino, el nuevo camino de Jesucristo.
El acto de comulgar no es más que un recibir la
hostia con la idea de que algún extraño poder sagrado obrará un efecto especial
llamado gracia. Pero, minutos después o quizá segundos, todo sigue su eterna
rutina. Termina la misa y termina todo...
Aunque parezca contradictorio, la rutina y la
superficialidad se enseñorean de los que más se ufanan de su vida religiosa o
cristiana: sacerdotes, obispos, cardenales, religiosos, laicos piadosos, etc.,
difícilmente pueden evitar el sopor religioso que no sólo los invalida como
hombres o mujeres de fe, sino que los socava en su misma dinámica existencial.
Embadurnados de palabras, rezos, cantos, ritos y
lecturas religiosas, pierden la perspectiva fundamental: el constante retorno a
Jesucristo y el reavivar permanente de esa fe difícil que consiste en ahondar
cada día en uno mismo, en purificar actitudes, en desechar la hojarasca hasta
llegar al meollo de la fe: un corazón libre y sincero.
Estamos llamados a liberarnos en nombre de Cristo tanto de la
Ley como del culto, como asimismo de las tradiciones y normas inveteradas para
no caer nuevamente bajo un yugo intolerable.
No hace falta demasiada imaginación para darnos
cuenta de que esos nueve leprosos reflejan muy bien el estilo religioso de
nuestros países llamados cristianos y de muchas de nuestras instituciones calificadas
de religiosas o apostólicas. Es tal el poder inflacionario de lo religioso, que
llega un momento en que nada mueve la atención, nada es vivido en profundidad,
nada tiene valor ni impulsa a una praxis de renovación.
Tenemos inmensas catedrales y multitud de
templos, infinidad de instituciones religiosas de todo tipo, documentos y
libros religiosos de todo estilo y tamaño; se multiplican los actos de culto,
las devociones, los congresos, concilios y sínodos; se hacen ediciones a
millones de Biblias y libros religiosos... y, como sucedió con aquellos nueve,
todo se recibe con santa indiferencia, como una lluvia que resbala mansamente
sobre nuestros paraguas bien abiertos. Es una religión perfectamente cosificada
y codificada: todo se hace según horarios y tradiciones estipuladas; todo viene
pensado y dirigido desde arriba y se ejecuta mecánicamente, como si el solo
hecho de hacer cosas piadosas fuese suficiente para crecer y madurar en la fe;
como si no quedara lugar para el esfuerzo personal, para la iniciativa, para la
revisión o la crítica.
Hemos llegado a un punto de "impermeabilización
religiosa" precisamente los que nos decimos cristianos y personas religiosas...
Por eso, este relato evangélico es una severa y alarmante llamada de atención:
cuidado con esa gracia de Dios que pasa como la lluvia torrencial que muere a
los pocos segundos en las cunetas o grietas de la tierra.