Hoy recordamos el día que Jesús ascendió al cielo.
Él dijo que nos prepararía un
lugar para estar todos con El.
El cielo es estar perfectamente
unidos a Dios por medio de Cristo.
Si entendemos que ir al cielo es
ir a Jesús, dependerá de cuanto amamos a Jesús.
Cuando me despido de personas que
posiblemente no vuelva a ver en este mundo, suelo decirles: "espero que
nos encontremos en el cielo. Ellos suelen responder algo así: "¡Espero que
no sea pronto!"
La verdad es que muy pocas
personas desean ir al cielo. Si les damos a escoger entre cielo o infierno,
dicen que prefieren el cielo. Pero prefieren aún más su vida en la tierra.
El problema es que conocemos poco
a Jesús y por eso lo amamos poco. Hay muchas cosas que ponemos antes que Él.
No digo que despreciemos este
mundo. Los santos deseaban ir al cielo y por eso vivían aquí con tanto amor.
Porque en el cielo se vive el amor y se comienza a amar aquí.
Cuanto más deseamos a Jesús
(estar con Él en el cielo) más vamos a apreciar nuestra vida en la tierra. Él
nos da el Espíritu Santo para que podamos amar a todos y todas las cosas en
Cristo.
Es como una novia que anhela por
casarse con su novio. Cuanto más lo anhela más goza el noviazgo con toda la
preparación.
No podemos imaginarnos el cielo
porque está fuera de nuestras categorías de conocimiento. No puede una persona
completamente ciega de nacimiento imaginarse los colores.
El cielo no es tanto un lugar
como un estado de vida muy superior al nuestro. En el cielo no hay tiempo ni
espacio. Solo podemos anticipar el cielo basado en el amor. ¡En el cielo todo
se conjuga en el amor!
En la tierra empezamos a amar,
pero todavía tras velos y límites. En el cielo estaremos en la plenitud del
amor.
Por eso, la ascensión NO es una fiesta triste y melancólica.
Al partir hacia el cielo, Cristo
comienza a comunicar el Espíritu Santo a sus apóstoles y los frutos son
inmediatos:
Jesús los reviste de fortaleza
como les había prometido (cf. Evangelio de hoy)
Ellos “se postraron ante él
(adoración) y se volvieron con gran alegría; y estaban siempre en el templo
bendiciendo a Dios (alabanza)." (cf. Evangelio de hoy).
Son hombres nuevos llenos de
convicción sobre la realidad de Cristo, llenos de propósito.
La ascensión es la fiesta de la entronización de Cristo.
Sube al cielo y se sienta en Su
trono a la derecha del Padre. Significa que Jesús ha transcendido a todas las
limitaciones de este mundo y está con Dios. Significa que en Jesús, todos los
hombres que creen transcienden también porque somos su Cuerpo.
Jesucristo ejercita ahora
soberanía sobre los suyos, dándoles la gracia para llevar a cabo su misión en
este mundo. A través de ellos su presencia se hace presente en la tierra.
Esta verdad es el fundamento de
la nueva vida de los Apóstoles.
Esta misma experiencia del
Señorío de Jesús es expresada por Pablo quien nos dice que Cristo se elevó por
encima de todo. Señor “Kyrios”. “puso todas las cosas bajo sus pies”.
Frente a Cristo debe doblarse
toda rodilla: en los cielos, la tierra y lo que está bajo la tierra (Cf. Flp.
2,9)
Jesús, lejos de separarse de nosotros nos ha unido a Él para siempre.
En Cristo, nuestra humanidad es
elevada hasta Dios.
Nosotros somos miembros de su
Cuerpo, unidos a la Cabeza.
Ya desde la tierra somos de su
reino y no del mundo.
"He aquí que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo".
En la tierra podemos estar unidos
a Cristo, pero hay diferentes capacidades de unidad.
Un novio conoce a su novia y
ambos se aman ya. Pero anhelan el día de la boda.
Nosotros conocemos a Jesús pero
vivimos en la esperanza firme del cielo. Si no tuviésemos ya los primeros
frutos, no anhelaríamos la plenitud.
Ir al cielo significa ir a estar "con Cristo" (Fi. 1,23)