Encuentro del Grupo de Oración. Noviembre 2022.
En la noche de hoy hemos vuelto a reunirnos a los pies del Señor.
Termina noviembre, un mes en el que festejamos la santidad de tantos hermanos del cielo y la tierra. Un mes en el que rememoramos a los que ya no están con nosotros de manera física, pero sí en el corazón.
Quizá, sea el mes que más favorece el silencio, en mayúsculas, y por ello, hoy hemos reflexionado sobre este con un hermoso texto de Jorge Enrique Mújica. Ofrecimos esta oración por todos aquellos necesitados de silencio en el que grita la voz de Dios.
REFLEXIÓN: El silencio.
El silencio es virtud desde el momento en que se busca, provoca la escucha de la voz divina y mueve a la acción de lo que esa voz pide.
Decía santo Tomás de Aquino que la Oración del “Padre Nuestro” es la más perfecta de las oraciones. En ella, no sólo se pide todo lo que se puede desear con rectitud, sino que además según el orden en que conviene desearlo. De modo que esta oración no sólo enseña a pedir, sino que también forma toda la afectividad.
Una de las peticiones más bellas del “Padre Nuestro” es esa que solicita se haga su voluntad. En ésta quiero fijarme especialmente.
Hace algún tiempo me escribió una lectora para preguntarme cómo podía
conocer la voluntad de Dios en su vida, cuál es la voluntad de Dios en cada
momento de su vida. Recuerdo que le respondí que la primera voluntad de Dios es
que hagamos el bien y evitemos mal y que por eso mismo había depositado en lo
más profundo de nuestra conciencia esa ley interior que nos invita buscar esos
objetivos en cada uno de nuestros actos.
Así, Dios nos habla desde esa ley interior. Dios nos habla así desde nosotros mismos. Es una voz interior, una voz clara y decisiva que, sin embargo, muchas veces no se escucha no por falta de capacidad sino por falta de las disposiciones que propicien el hacerlo.
Si queremos ser excelentes profesionistas, seres humanos capaces y competentes en las diversas áreas humana, se pone atención a las lecciones, a las clases o conferencias que nos ayudarán a ser tales. Se precisa la escucha atenta y silenciosa. Lo mismo debería ocurrir respecto a esa voz de Dios que quiere expresar su voluntad en cada circunstancia del día a día.
Sin embargo, la experiencia común es que se experimenta dificultad para percibir esa voz interior de Dios que nos habla. ¿Por qué? Porque falta silencio.
¿Cómo escuchar la voz de Dios cuando en la propia existencia reina el rumor, el barullo, el ruido? Sí, se carece de un silencio de los ojos, de un silencio de los oídos: de un silencio interior.
¡Cómo invaden el interior las imágenes, los anuncios, la publicidad o la televisión haciendo, poco a poco, incapaces de poder poner en blanco la mente para recogerse, escuchar y meditar! ¡Cuánto lugar ocupan en la mente canciones, estribillos, música…! ¡Cuánto ruido a los ojos, a los oídos, en el interior!
Parece que hay una cierta incapacidad de vivir sin imágenes, sin sonidos; parece que se tiene miedo al silencio, miedo, en definitiva, a Dios. Miedo a escucharle y dejarle ser protagonista en nuestra vida.
Pero quizá lo más grave de todo es ese dato de hecho que parece ya irreversible, esa renuncia al silencio plasmada en los anuncios que pululan por las avenidas, en la televisión, en las paredes, en pegatinas; esa abdicación reflejada en el afán excesivo y obsesivo de permanecer conectados a internet, en la música omnipresente en coches, aviones, casas, habitaciones, universidades, salas de espera…; esa renuncia al silencio manifestada en la plaga del uso innecesario de teléfonos móviles que sólo por moda se van adquiriendo.
Y ante todo ese panorama puede nacer la pregunta: ¿hay algo que hacer? ¿Debemos resignarnos pasivamente a enterrar esa voz de amor que parece no resignarse a morir dentro de nosotros mismos?
No, ciertamente no hay que resignarnos. Es aquí cuando la búsqueda de ese silencio se convierte en virtud. Porque la virtud no es más que el trabajo esforzado por la adquisición de hábitos buenos y ¿no será acaso el silencio una de esas experiencias que nos ayudará a percibir con mayor nitidez cada día la voz de Dios en el momento a momento de cada jornada?
Por eso: silencio de los ojos que invita a ver lo que necesariamente se debe ver y no lo que pueda robarnos la paz y causar un desasosiego que distraiga la atención de lo esencial. Silencio de los oídos que nos motive a prescindir de la música para poder estar atentos a esa sonora voz que quiere retumbar en nuestro ser y orientar hacia el bien, hacia el conocimiento de su voluntad.
Sí, el silencio es virtud desde el momento en que se busca, provoca la
escucha de la voz divina y mueve a la acción de lo que esa voz pide. Es ahí
donde, además, ese “Hágase tu voluntad” del “Padre Nuestro” cobra sentido;
porque ahora se está abierto ya no sólo a escuchar cuál es esa voluntad, sino
que además se ponen los medios para cumplirla, vivirla y transmitirla.
PREGUNTAS REFLEXIÓN:
-
¿Cuánto tiempo te entregas a la experiencia del silencio?
-
¿Te da miedo enfrentarte a él?
-
¿Vives en un mundo de ruido externo y mental?
- ¿Estamos sumidos en tanto ruido que así no podemos discernir lo que nos
dice Dios desde nuestro interior?
- ¿Sabes que desde el silencio la voz de Dios se hace fuerte para indicarte
cuáles son sus caminos para ti?
ORACIÓN FINAL: Sonidos de Silencio.
Qué bien suena tu voz en el silencio.
Qué lucidez, qué dulzura, que clara.
Remanso de quietud,
invitación a la reflexión,
elocuente decir insinuado,
siempre velado, siempre velado.
Cómo impresiona tu silencio, Señor;
silencio de entrega,
silencio de espera,
silencio de Dios.
Cuánto provecho causa tu silencio…
Vienen a la mente las victorias vividas,
las derrotas sufridas,
las vigilias cansadas,
las alegrías encausadas,
los triunfos conseguidos…
Y la vida: su pasado, su presente
y su futuro…
Y Tú en silencio, pero siempre al lado.
Tú en silencio, mas acompañando.
Tú en silencio; fiel, fiel, fiel; siempre fiel.
¿Cómo no va a estremecerme tu silencio?
¿Cómo no va a ser fuente de cuestionamientos?:
¿a dónde voy, por qué existo,
de dónde vengo y para qué vivo?
Pero en Ti
-¡ay, cómo escucho tus gritos!-
todo esto tiene un sentido.
Señor de la boca callada;
Señor de las palabras tan amplias;
Señor de la voz disimulada;
Señor de cara blanca:
¡luna llena eucarística!
Y si esto me dices en silencio,
qué sería si de la otra forma hablaras.
Puede visualizarse completa en:
https://humildadvilladelrio.blogspot.com/p/grupo-de-oracion-hvmilitas.html